(En el AT se usa muy frecuentemente el término «presente», aunque también se usa «don», que es utilizado con mayor frecuencia en el NT.)
Los padres daban presentes a sus hijos (Gn. 25:6), daban dote a su hija al casarse (Jue. 1:15); el prometido daba un presente al padre de la novia (Gn. 34:12); los invitados a las bodas llevaban presentes (Sal. 45:12).
Los hombres de buena voluntad intercambiaban presentes, y hacían dádivas a los pobres (Est. 9:22); se ofrecían a los grandes con el fin de conseguir su favor (Pr. 18:16).
Estaba prohibido comprar a los jueces mediante presentes (Éx. 23:8; Dt. 16:19; Pr. 29:4). Los soberanos recompensaban a los que les habían hecho un servicio (Dn. 2:48), y mostraban largueza hacia sus súbditos para alegrarlos (Est. 2:18).
Los reyes recibían los tributos de sus súbditos (2 S. 8:2, 6; 2 Cr. 26:8; Sal. 45:12; 72:10; Mt. 2:11). El desempeño del culto público generaba unos gastos que tenían que ser mantenidos con ofrendas (Mt. 5:23, 24; 8:4; Lc. 21:5).
En Oriente siguen dándose estos hábitos de liberalidad. El «don de Dios» es la vida eterna en Jesucristo (Jn. 4:10; Ro. 6:23). Cristo ha dado dones a los hombres (Ef. 4:8).
No sólo ha abierto un camino que conduce a Dios, permitiendo que los hombres se presenten ante Él, el Santo y Justo, sino que ha conseguido para ellos los dones del Espíritu Santo (Jn. 14:16; 16:6; Hch. 2:38), que se manifiestan en el corazón y en la vida de los creyentes en el arrepentimiento (Hch. 5:31), la fe (Ef. 2:8), el amor (Ro. 5:5), el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la mansedumbre y la templanza (Gá. 5:22-23).
Así, todas las virtudes cristianas son el fruto del Espíritu, un don de Su parte. Dios da asimismo diferentes dones a Su Iglesia, calificando a hombres que puedan contribuir a su edificación (Ro. 12:6; 1 Co. 7:7; 12:4-9; Ef. 4:7-16).
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