Como término técnico religioso, «sacrificio» designa todo aquello que, habiendo sido dedicado a un objeto religioso, no puede ser reclamado. En la generalidad de los sacrificios ofrecidos a Dios bajo la Ley se supone en el ofrendante la consciencia de que la muerte, como juicio de Dios, estaba sobre él.
Por ello, se había de dar muerte al sacrificio para que le fuera aceptado de parte de Dios. De hecho, el término «sacrificio» se usa en muchas ocasiones para denotar el acto de dar muerte.
El primer sacrificio mencionado en la Biblia de una manera expresa es el efectuado por Abel, aunque hay una indicación claramente implícita de la muerte de unas víctimas en el hecho de que Adán y Eva fueron vestidos por Dios con túnicas de pieles después del pecado de ellos (Gn. 4:4; cfr. 3:21).
Es indudable que Dios dio instrucción al hombre acerca del hecho de que, siendo que la pena por la caída y por su propio pecado, es la muerte, sólo podría allegarse a Dios de una manera apropiada con la muerte de un sustituto limpio de ofensa; en las Escrituras se dice claramente que fue por la fe que Abel ofreció un sacrificio más excelente que el de Caín (He. 11:4).
Dios tuvo que decir a Caín que si no hacía bien, el pecado, o una ofrenda por el pecado, estaba a la puerta (Gn. 4:7).
En los albores de la humanidad hallamos a los piadosos ofreciendo sacrificios al Señor:
Noé (Gn. 8:20-21),
Abraham (Gn. 12:7, 8),
Isaac (Gn. 26:25),
Jacob (Gn. 33:20). Asimismo, las investigaciones arqueológicas han revelado que las antiguas civilizaciones de Babilonia, Egipto, etc., tenían elaborados rituales de sacrificios en sus religiones.
Los sacrificios del AT muestran la base y los medios de allegarse a Dios. Todos ellos son tipos (véanse TIPO, TIPOLOGÍA), careciendo de valor intrínseco, pero constituyendo sombras, o figuras, de Cristo, que, como Antitipo, las cumplió todas.
Los principales sacrificios son cuatro: el holocausto, la ofrenda, la ofrenda de paz y la ofrenda por el pecado, a la que se puede asociar la ofrenda de expiación por yerro.
Éste es el orden en que aparecen en los capítulos iniciales de Levítico, donde tenemos su significado presentado desde el punto de vista de Dios, empezando, tipológicamente, desde la devoción de Cristo a la gloria de Dios hasta la muerte, y llegando hasta el significado de su provisión para la necesidad del hombre culpable.
Si se trata del pecador allegándose a Dios, la ofrenda por el pecado tiene que ser necesariamente la primera: La cuestión del pecado tiene que quedar solucionada antes de que el que se allega a Dios pueda estar en la posición de adorador.
Las ofrendas, en un aspecto, se dividen en dos clases: las ofrendas de olor grato, presentadas por los adoradores, y las ofrendas por el pecado, presentadas por aquellos que, habiendo pecado, tienen que ser restaurados a la posición de adoradores.
Se debe tener muy presente que en estos sacrificios en Levítico no se tipifica la redención. Estos sacrificios fueron dados a un pueblo ya redimido. La imagen de la redención se halla en la Pascua (véase PASCUA).
En estos sacrificios tenemos una provisión para un pueblo ya redimido. Incluso en la ofrenda por el pecado la grasa debía ser quemada sobre el altar de bronce, y en una ocasión se dice que es para olor grato (Lv. 4:31), constituyendo esto un enlace con el holocausto.
Las ofrendas de olor grato representan la perfecta ofrenda que Cristo hizo de Sí mismo a Dios, más bien que la imposición de los pecados sobre el sustituto por parte de Jehová.
Los varios tipos y el sexo de los animales presentados en la ofrenda por el pecado eran proporcionales a la medida de responsabilidad en Lv. 4, y a la capacidad del ofrendante en el cap. 5.
Así, el sacerdote o toda la congregación tenían que llevar un becerro, pero una cabra o un cordero eran suficientes si se trataba de una persona. En las ofrendas de olor grato el ofrendante tenía libertad para escoger la víctima, y el diferente valor de los animales ofrecidos daba evidencia de la medida de apreciación del sacrificio.
Así, si un hombre rico ofrecía un cordero en lugar de un becerro, ello mismo sería evidencia de que subvaloraba los privilegios que tenía a su alcance.
La sangre se rociaba y derramaba. No se podía comer; era la vida, y Dios la reclamaba (cfr. Lv. 17:11). La grasa de las ofrendas tenía que ser siempre quemada, porque representaba tipológicamente la acción espontánea y enérgica de Cristo hacia Dios (Sal. 40:7, 8).
La levadura, que siempre significa lo que es humano y, por ende, malo (porque si se introduce el elemento humano en las obras de Dios, obrando en su seno, el mal resulta de ello), no se podía quemar nunca en el altar a Dios, ni estar en ninguna de las ofrendas, a excepción de una forma especial de la ofrenda de primicias (Lv. 23:16-21) y en el pan que acompañaba al sacrificio de acción de gracias (Lv. 7:13).
También estaba prohibida la miel en la ofrenda, denotando típicamente la mera dulzura humana. Se tenía que añadir sal a la ofrenda, y se debía usar en toda ofrenda: recibe el nombre de la sal del pacto de tu Dios (Lv. 2:13; cfr. Ez. 43:24).
La sal impide la corrupción y da sabor (Nm. 18:19; 2 Cr. 13:5; Col. 4:6). El pecho de la víctima puede ser tomado como emblema de amor, y la espaldilla, de la fuerza.
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