Ahora está Turbada mi Alma (Juan 12:27-36)
INTRODUCCIÓN: El presente texto es un total contraste sí lo relacionado con el mensaje anterior, cuanto Cristo hizo su “entrada triunfal” a Jerusalén. En ambos pasajes vemos al Jesús humano. Son dos estados totalmente distintos, propios de las emociones, y con esto Jesús reveló su real naturaleza al momento de enfrentar su muerte.
La expresión “ahora está turbada mi alma” nunca había sido dicha antes por Jesús. Pero ¿por qué estaba turbada el alma del Maestro? Nunca se supo de algún dolor previo. No eran palpitaciones del corazón, ni ningún otro dolor de su cuerpo santo. Era algo peor que esto. Cuando nuestra mente está sin ninguna perturbación se puede soportar cualquier dolor.
Pero cuando el dolor es del alma, e invade la mente, ese dolor es el peor de todos. La tristeza del corazón es el colmo de todas las aflicciones. Mis amados, el cuerpo de Jesús nunca se enfermó porque él era un hombre sin pecado, pero ahora está enfermo del alma, y su causa es una perturbación sin precedentes. Jesús se va a enfrentar a los horrores del pecado, al poder de la muerte y las últimas tentaciones de Satanás.
Pero ¿sería por esa razón que Jesús dijo: “ahora está turbada mi alma?”. Enfrentar a esos enemigos con su misma muerte no era cualquier cosa, pero el ver el alma turbada de nuestro amado Cristo, había una razón más poderosa: él iba a enfrentar el juicio del pecado a través de la justicia del Padre. La ira divina sería descargada en su totalidad sobre el pecado y no hubo más nadie sino Cristo para soportarla. La angustia de Jesús tenía su origen. Veamos en este pasaje las razones de esa turbación del alma.
I. ESTABA TURBADO PORQUE ESTA ES LA HORA DEL PADRE
1. 1. “¿Y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?” v. 27. Estas preguntas de Jesús nos revelaban a un hijo absolutamente obediente. No hay un episodio en la vida de Cristo donde le veamos desobedeciendo al Padre. Y esta actitud hará más difícil la decisión de morir. Toda su vida estuvo conectada con el Padre, pero en el momento cuando más necesita de él, se va a encontrar con esta verdad: el Padre no va a salvar al Hijo de aquella hora. Y así, en medio de la angustia de su alma, pareciera hablar consigo mismo.
Las dos preguntas hechas forman parte de la angustia de su alma. Si bien Juan no habla de la oración del Getsemaní, el dolor de Jesús en ese momento es el mismo expresado en aquel lugar, la noche previa a su muerte. Jesús no hizo estas preguntas en aquel jardín, pero sí hizo tres veces la misma oración: “si es posible pasa de mí esta copa”.
Al final de esto vemos a Jesús encontrando su propia respuesta, cuando dice: “Mas para esto he llegado a esta hora”. ¡Qué conclusión tan llena de realismo! Aquella era la hora del Padre. Es como si al llegar a ese momento ya no hubiera ninguna escapatoria. Todo era irreversible. Jesús no puede evitar la hora del Padre.
1.2. “Padre, glorifica tu nombre” v. 28. He aquí la grandeza de Jesús. En lugar de quejarse por el designio divino, por ser aquel momento cuando el reloj del Padre había dado la hora, le habla de esta manera, diciéndole: “Padre, glorifica tu nombre”. Esa oración no podía estar más llena de humildad y de amor. La pregunta es ¿qué relación tiene esa petición de Jesús con la angustia del momento? ¿Cómo entender que la glorificación del Padre será hecha a través de la muerte de su Hijo?
Pero tan pronto Jesús hizo su petición, el Padre no dudó en responder con una fuerte y audible voz: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” v. 18b. Con esta fueron tres veces cuando se oyó esa voz: una en el bautizo, otra en la transfiguración y este de ahora. Por cierto, esta será la última vez que el Padre le respondió al Hijo de esta manera.
A partir de ahora Jesús seguirá orando, incluyendo el capítulo 17, pero no hay respuesta. Sin embargo, esta respuesta será suficiente. Con la muerte de Cristo, ambo estaban recibiendo más gloria aún. Ese fue el testimonio de Juan 17:1. Mis amados, la muerte de Cristo no era el fin, sino el principio de su exaltación a la excelsa gloria.
1.3. La voz por causa de ellos v. 30. Como dije, esta fue la tercera vez cuando el Padre le habló audiblemente. Me imagino las veces que el Padre le habló en secreto, pero esta voz así audible fue por causa de los discípulos. No era ni un trueno ni un ángel, era la voz del Padre para respaldar la decisión de morir en total obediencia.
Para Jesús esa voz no fue extraña. Si alguien conocía esa dulce voz era el Hijo. Por la respuesta dada por los dos grupos, judíos y griegos, ninguno de ellos supo quien estaba hablando. Sin embargo, el respaldo de esa voz nos muestra cuánto amor tiene el Padre por el Hijo, especialmente al momento de estar pasando por esa angustia previa. Su turbada alma ahora comienza a sentir el aliento del cielo.
Es cierto, esa voz no la escuchará más ni aún cuando clamó desde la cruz en su mayor agonía “!Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado!”, pero el Padre nunca estuvo tan presente con su Hijo como en aquellos turbados momentos. Desconocemos hasta dónde los discípulos conocieron de la angustia de su Maestro, pero el Padre se hizo muy presente para acompañarlo. Esta es la misma promesa, Dios no nos deja solo cuando sufrimos.
II. ESTABA TURBADO POR SER LA HORA DE LAS TINIEBLAS
2.1. “Ahora es el juicio de este mundo…” v. 31 a. No es lo mismo el juicio venidero para este mundo de pecados, por cuanto ya Cristo habrá triunfado sobre su dominio, que el juicio anunciado por el Señor con su muerte. No será lo mismo pelear contra el poder de las tinieblas desde una posición de victoria, lograda a raíz de la resurrección de Cristo, que enfrentarse al poder de este mundo, sin ofrecer resistencia, haciéndolo al entregarse para morir en la forma cómo lo hará el Señor.
La angustia y turbación del Señor se debía exactamente a eso. El mundo será llevado a juicio. Pero ¿cuál mundo? Ese mundo descompuesto desde la misma creación con el reinado de la muerte y del pecado. Será el juicio para ese mundo dominado por las manos de los poderes de las tinieblas. La turbación del Salvador se debía al peso de la oscuridad del pecado, cuyo dominio de aquel estado impío sería destruido por medio de la obra redentora de la cruz.
Este mundo con toda su maldad va a quedar sentenciado con la muerte de Cristo. El reino de las tinieblas será vencido por la Estrella resplandeciente de la mañana. Ahora mismo, este mundo está bajo juicio y la segunda venida lo confirmará.
2.2. “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” v. 31b. Satanás comenzó su actividad en el cielo desde donde fue arrojado, convirtiéndose en enemigo de Dios. En el jardín del Edén se hizo presente, y allí, teniendo al pecado como aliado, produjo la caída del hombre y trajo el reinado de la muerte. A partir de allí, hasta la sentencia hecha por Jesús, su principado llegará al final. Jesús ya se había enfrentado a Satanás, y lo había vencido, pero enfrentarlo con su muerte sería el asunto más desigual para Jesucristo.
¿Por qué decimos esto? Porque aquella sería la hora de Satanás. El poder del mismo averno se haría presente en aquellas próximas horas de intenso dolor. Jesús está turbado, porque el Padre permitirá a Satanás venir contra él de una manera despiadada, porque en él no hay ningún vestigio de bondad. Dios había permitido al reino tenebroso del mal llevar a cabo su voluntad. Jesús se someterá a un poder infernal comandado por Satanás.
En muchos casos de la Biblia, Dios le permitió a Satanás zarandear a sus siervos, como el caso de Pedro, o traer un aguijón como a Pablo, pero no murieron. Sin embargo, el Padre no defenderá a su hijo de la hora de Satanás.
2.3. ¿El Padre dejó en manos de Satanás a su Hijo? Frederick Lehay lo dice así: “Dios había reservado esta hora para Satanás… esta hora era especialmente suya… En esta terrible hora Satanás tuvo rienda suelta. En el caso de Job Dios le puso un límite a la actividad de Satanás. En la experiencia de Cristo no hubo límite para la embestida… Él era libre de hacer lo peor y lo hizo”.
Solo podemos imaginarnos cómo iba a ser ese poder desatado de maldad contra la inocencia y pureza del Hijo del Hombre. Con el permiso de Dios, el diablo pensó en la destrucción final de su gran enemigo Cristo. Imagínese cómo sería el castigo hecho. Pero fue por la muerte y resurrección de Cristo, que el poder ejercido por Satanás dominando los corazones de los incrédulos, arrastrándolos y engañándolos para darle adoración, fue destruido para siempre.
Con la sangre derramada en la cruz los hombres encontrarán remisión de sus pecados, y miles alcanzarían la liberación del dominio del diablo, uniéndose a la iglesia del Señor. De esta manera, el príncipe de las tinieblas fue echado fuera.
III. ESTABA TURBADO PORQUE ERA LA HORA DE LA CRUZ
3. 1. Jesús escogió su tipo de muerte v. 33. La vida de Jesús fue simplemente singular. Nació bajo el cumplimiento profético, aunque su nacimiento no fue por una concepción humana, sino por la obra del Espíritu Santo. Las cosas hechas durante su ministerio nadie más las ha hecho ni las hará. Sus milagros lo confirmaron como el Hijo de Dios. Pero lo más singular de su vida fue la escogencia de su propia muerte, la determinada también por su Padre.
Su turbado corazón traía a su mente la profecía de Isaías 53. Aquello no fue escrito para Israel, como lo interpretan los judíos, sino es la descripción de los más inerrables sufrimientos para el Mesías venidero. La expresión “dando a entender de qué muerte iba a morir” desafía toda nuestra imaginación y nuestro escaso conocimiento.
¿Por qué no escogió otro tipo de muerte y por qué a esa edad?
?Nadie quiere morir a los treinta y tres años, y menos en una cruz. Pero ¿qué mérito habría tenido su muerte si le hubiera resultado fácil y sin costo alguno? La voluntad del Padre era la cruz para su Hijo, y Jesús se enfrentó entre el horror de la muerte y la obediencia al Padre. Su muerte fue planificada.
3. 2. Jesús habló de morir levantado v. 32. Los romanos conocían muy bien la muerte anunciada por Jesús. Cuando él habló de ser “levantado” tenía muy claro la crueldad e ignominia de la cruz. Los romanos eran muy cívicos para algunas cosas, pero muy crueles y bestiales para otras, y una de esas bestialidades se daban en las crucifixiones.
De las muchas maneras de ejecutar a alguien, la crucifixión era la peor, porque además de implicar una crueldad extrema, al sentenciado lo despojaban de cualquier resto de honra, incluyendo el ser sepultado. Aquella era una muerte espantosa, acompañada de una desgarradora agonía con una intensa sed y hambre, con la carne flagelada a la intemperie, y la asfixia, porque no podían levantarse para respirar.
Los crucificados emitían gritos desgarradores de dolor, pero si observamos las siete palabras dichas por Jesús en la cruz, sólo una de ellas tuvo la más profunda angustia de un hombre inocente sin pecado, cuando se sintió desamparado por su mismo Padre. Aquel no fue un grito de maldición, si no de soledad. He aquí la razón por qué Jesús dijo: “Ahora está turbada mi alma”. Él sabía de esa muerte.
CONCLUSIÓN: La perturbación del alma de Jesús por los horrores de la muerte, contenía la más grande esperanza para todos los hombres. En medio de su agitación y tristeza, también dijo: Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo v. 32. uando los griegos vinieron porque querían ver a Jesús, dijo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” v. 24. Con la muerte de Cristo los hombres han sido atraídos a él.
Su muerte ha dado los más grandes frutos para la humanidad perdida. Si Jesús hubiera rechazado morir, la posibilidad de salvarnos se habría perdido para siempre. Gracias, amado Cristo, porque, aunque tuviste tu alma turbada, al final enfrentaste los terrores de la cruz y ahora todos somos atraídos a ti.
Con tu muerte el mundo ha encontrado un salvador, si lo recibe, o un juez si lo rechaza. Bendita sea tu muerte. La muerte de Cristo, esa cosa terrible, fue el plan de Dios, porque Dios tiene un plan en todas las cosas y para todas las cosas. Dios está en control de todo. Mira, entonces, a la cruz para saber cuánto te ama Dios. Él nos amó entonces, nos ama ahora y nos amará por siempre para su gloria. Bendita sea tu alma turbada mi Cristo, pues por ella me salvaste.